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viernes, 1 de octubre de 2010

"El reino interior" (Prosas profanas)

(Ensayo reelaborado a partir del redactado por Paula Horrocks, Camila sarría y María Porta)

En sus obras, Rubén Darío busca alcanzar constantemente la belleza. Para el poeta nicaragüense la belleza es el fin exclusivo del arte y de la vida, lo que  origina tensión constante en su poesía. Prosas profanas es un conjunto de poesías que describen un mundo de fantasía y misterio repleto de princesas, cisnes, reyes, caballeros, bondad, riqueza, hadas misteriosas y otros personajes mitológicos. “El reino interior” es uno de estos poemas. Está compuesto por ocho estrofas en lasa que predominan los versos de arte mayor; se estructura métricamente en silvas, estrofa formada por veros heptasílabos y alejandrinos, que en algunos casos se prolongan en el verso siguiente. Emplea el heptasílabo como mitad exacta del alejandrino. En cuanto a la rima, es consonante pero en cada estrofa está distribuida de manera diferente, es decir, no sigue una estructura determinada de sonido y ritmo, como podemos ver en la siguiente silva:

Una selva suntuosa                                            7 síl.                   A
en el azul celeste su rudo perfil calca.               14síl.                   B
Un camino. La tierra es de color de rosa,          14síl.                   A
cual la que pinta fra Doménico Cavalca            14síl.                   B
en sus Vidas de santos. Se ven extrañas flores   14 síl.                  C 
de la flora gloriosa de los cuentos azules,          14 síl.                  D
y entre las ramas encantadas, papemores           14 síl.                  C
cuyo canto extasiara de amor a los bulbules.      14 síl.                  C
Esto demuestra la preocupación del poeta por la forma del poema. No hay dos poemas que presenten la misma estructura externa en Prosas profanas.
Deteniéndonos en el vocabulario, podemos apreciar una tendencia a los vocablos que remiten a un mundo exótico ("armas ricas de Oriente", "satanes verlenianos de Ecbatana"); otros términos remiten a un mundo refinado y culto ("selva suntuosa", "La vida le sonríe rosada y halagüeña”, “cuyo canto extasiara de amor", "¡Alabastros celestes habitados por astros", “Sus vestes son tejidos del lino de la luna.”), pero siempre un vocabulario sonoro.  También se puede apreciar una característica propia de cuentos infantiles, donde se retratan a princesas atrapadas (“¡Yo soy la prisionera que sonríe y que canta!”, “Y las manos liliales agita, como infanta real en los balcones del palacio paterno.”) y  personajes “malos” (“Sus labios sensuales y encendidos, de efebos criminales, son cual rosas sangrientas”). Se destacan campos semánticos que connotan refinamiento, como el de las flores ("blancas rosas ", " rosas sangrientas", "las púrpuras”, “liliales”), el de las piedras preciosas (“perlas y diamantes"), el de los materiales de lujo ("lino", "oro, “seda") o el de la música ("lira", "laúdes”). Recurre con frecuencia a personajes y elementos propios de la mitología griega y latina (“efebos”, “carbunclos”) y a nombres de lugares exóticos (“Ecbatana”).
Así vemos que el autor busca siempre la forma de embellecer el texto. Las exclamaciones (“¡Oh fragante día! ¡Oh sublime día!”), las imágenes (“La tierra es de color de rosa”), las interrogaciones retóricas (“¡Oh! ¿Qué hay en ti, alma mía?”), y otros recursos expresivos terminan de “decorar” el texto. Entre estos destacamos las alegorías de las siete princesas que representan a “las siete virtudes” y la de los “siete mancebos” como “los siete pecados capitales”, encabalgamientos como:
Se ven extrañas flores
de la hora gloriosa de los cuentos azules,
distintas repeticiones de palabras como “liras”, “alabastros”, “princesas”; una enumeración (“oro, seda, escarlata, armas ricas de Oriente”) y el paralelismo final:
¡Princesas, envolvedme con vuestros blancos velos!
¡Príncipes, estrechadme con vuestros brazos rojos!
    En “El reino interior” el autor busca determinar y explicar la conducta del alma humana y la contemplación de la belleza.  El primer lugar, podemos observar la variedad de motivos culturales, de épocas y ambientes muy diversos, que inspiran a Darío en la concepción de este poema: la filosofía antigua y medieval. Es posible detectar la ambientación medieval que se generaliza en el texto, como demuestra la imagen de la Infanta encarcelada en la torre desde su niñez. Al analizar los aspectos éticos y estéticos, nos encontramos con una descripción impresionista en el inicio del poema: la selva que “calca su perfil en el azul celeste”, la cual presenta una imagen pintoresca de la escena. Las flores representan una naturaleza literaria y el poeta las incluye en una “flora gloriosa” que sólo adquiere realidad en los “cuentos azules”, con lo que da un toque musical y pictórico al texto, como corresponde a un poema modernista. Incluye también aves de rango exquisito, como el papemor, cuyo canto es capaz de “extasiar de amor” a los bulbules (los ruiseñores). El ambiente medieval que se presenta resulta muy eficaz a la hora de transmitir una idea de belleza. El verso 15 —y los que siguen— apunta hacia una belleza mucho más profunda. Por tanto, el poeta es capaz, dentro de ese universo analógico, de comprender el lenguaje de la naturaleza y de transmitirlo en forma de poesía, que viene a ser la expresión del lenguaje de la naturaleza, que el poeta relaciona y traduce con palabras inteligibles. Pero la poesía tiene su origen en él.
En este poema, vemos reflejadas las influencias que marcan al poeta. En primer lugar, el simbolismo enmarca el contenido del poema en su totalidad ya que el autor se adentra en un mundo profundo, más allá de lo real. Darío hace también una referencia, después de la dedicatoria, a uno de los pioneros del simbolismo en Estados Unidos en el epígrafe del poema (“… with Psychis, my soul! Poe”). El autor habla desde un “yo lírico”, retratando la lucha interior entre lo bueno y lo malo: las virtudes y los vicios. Usa los símbolos para hablar de la tentación; crea una historia poética en la que busca un símbolo para cada cosa: las princesas para las virtudes, los mancebos para los pecados capitales, la sensualidad y el encanto para representar la tentación de lo prohibido. A su vez, hace uso de lo erótico como parte de lo exótico y lo extraño, marcada influencia del Parnaso, cuando describe los siete vicios (“armas ricas de Oriente”, “satanes verlenianos de Ecbatana”, “sus labios sensuales y encendidos”). En fin, podemos destacar que es un auténtico poema del modernismo en la estructura, los recursos expresivos y el rango del vocabulario. Podemos identificarlo en cómo incorpora las distintas artes: la literatura (“fra Doménico Cavalca”), la pintura (“del divino Sandro”), la flora y un mundo de fantasía medieval (princesas, príncipes y hechiceros).
“El reino interior” es el poema más personal, la perfección formal cede espacio a la sonoridad y la espiritualidad. Rubén Darío desnuda su alma que sueña hace treinta años y muestra la dualidad de carne y espíritu propia del hombre: virtudes y vicios son las alternativas del alma del poeta. 

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